Pioneras en el arte de leer y escribir
- RESURGIR
- 11 abr 2018
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 19 may 2018
Por Nancy Giampaolo
Un libro que consigna el pensamiento de las primeras lectoras (y escritoras) formales de la Argentina.

“Y bien, Señores Editores: nosotras no podemos aspirar a los empleos y acomodos que se apropiaron exclusivamente los hombres por la ley del más fuerte. A todo lo que aspiramos por primera y última felicidad es a un regular establecimiento. Este depende de agradar a los señoritos, ellos no gustan sino del palmito. Bien pueden ser muy discretos, y de un finísimo talento; pero en su elección prefieren el mérito de nuestra figura al de la instrucción y talento. ¿Qué deberemos cultivar en este caso? ¿Las Letras o las modas? ¿Por dónde deberemos procurar nuestra fortuna puesta por desgracia en manos de sus caprichosos gustos? ¿Por los libros o por el tocador?”
Es interesante notar como el mensaje de las militantes anarquistas de antaño -autodefinidas como proletarias, trabajadoras e inmigrantes- pasaba mucho más por la integración social de los sectores bajos que por la segmentación en pequeños grupos definidos a partir de la preferencia sexual.
Lectoras argentinas
Las palabras que sirven de introducción a esta nota fueron firmadas en 1816 por Emilia P., quien se presentaba como lectora de El Observador, una publicación de la época. Ante un presente como el nuestro, en el que uno de los debates principales de diversos colectivos feministas pasa por cuál es la pena adecuada para los hombres que acosan verbalmente a las mujeres que van con ropa que deja ver mucho por la calle, las demandas de Emilia P. no pueden dejar de llamar la atención. Pedir ser valorada por lo que se tiene en la cabeza, darle a la vestimenta un lugar completamente secundario e insistir con firmeza e ironía en que los hombres que ocupan espacios de poder prefieren hacer foco en el aspecto en vez de valorar la interioridad, son cuestiones aún irresolutas de las que el feminismo mediático de hoy no parece hacerse tanto eco.
Hacia el final de ese siglo, los espacios para la pluma femenina se habían ampliado (en buena medida gracias a la proliferación de las lectoras) al punto de existir publicaciones como La Voz de la Mujer, un periódico anarcofeminista dirigido por Virginia Bolten, en el que podían leerse textos de este calibre: “Madres, ¡Educad bien a vuestros hijos! (…) Debéis darles una educación sana y no la llamada educación o moral burguesa, porque la moral burguesa es una moral corrompida y falsa que contribuye a tener sujetos a vuestros hijos a la cadena de la esclavitud. No debéis enseñarles nunca la desigualdad de clases; enseñadles que somos hijos de la naturaleza, que todos venimos al mundo con los mismos privilegios, es decir que tenemos derecho a gozar de lo que la madre naturaleza nos brinda (…). La madre burguesa vive tranquila porque sabe que su hijo tiene un brillante porvenir y no lo matarán en la guerra. La trabajadora, en cambio, puede estar satisfecha porque, después de muchos trabajos y privaciones para criar a su hijo, éste será un defensor de la patria…”. Aquí podemos trazar paralelos con la virulencia discursiva de algunos referentes de la política de género actual, pero es interesante notar como el mensaje de las militantes anarquistas de antaño -autodefinidas como proletarias, trabajadoras e inmigrantes- pasaba mucho más por la integración social de los sectores bajos que por la segmentación en pequeños grupos definidos a partir de la preferencia sexual, como sucede con los movimientos LGBT, que se posicionan, al igual que gran parte del feminismo, como víctimas de la discriminación y la violencia patriarcal.
Documentos como estos pueden encontrarse a lo largo de Lectoras del Siglo XIX, el ensayo de la investigadora, escritora y docente de la carrera de Letras de la UBA Graciela Batticuore, editado por Ampersand. A través de la puntualización en diversos escenarios de la cultura argentina, desde el contexto pre y posrevolucionario, hasta finales del siglo XIX y comienzos del XX, el libro da cuenta de una evolución de la lectoescritura femenina muy rica en matices. Sin que la pretensión última de la autora sea analizar los vaivenes de las reivindicaciones postuladas por las argentinas a lo largo de los últimos dos siglos, cotejar a aquellas primeras lectoras y escritoras con las mujeres que hoy escriben (sobre todo en los medios) es un ejercicio muy interesante que, quizás, oficie como buen punto de partida a la hora de comprender a fondo la problemática de la mujer argentina del siglo XXI. El trabajo, además, propone una articulación entre textos y representaciones visuales de mujeres lectoras cuya evolución en usos y costumbres a lo largo del tiempo va desglosando con bastante detalle. Otro punto fuerte, es el rico anecdotario sobre personajes muy caros para los amantes de la historia, como el rol de “agente de prensa” que ejercía Encarnación Ezcurra, la esposa de Juan Manuel de Rosas, o la temprana y atípica formación literaria de Eduarda Mansilla, a cargo de su madre.
El libro da cuenta de una evolución de una lectoescritura femenina muy rica en matices.
Todo esto dicho, el libro resulta una lectura clave para comprender estructuras y matices que hoy se dan por sabidos o superados, sin importar la ignorancia general que rodea al tema: un conocimiento fundamental a la hora de desarticular los lugares comunes que hoy, más que nunca, rodean a los discursos de género.
Comments