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1000 PUEBLOS: Un texto recobrado

Actualizado: 3 feb 2019

Por Jorge Rulli



Estamos hoy recuperando del olvido un documento que tiene poco más de quince años, y lo singular y verdaderamente aterrador es que pareciera haber sido escrito ayer. Es decir que las causas profundas que motivaron este documento no han logrado ser removidas y seguramente la situación es peor que en aquellos años porque, entonces, el pueblo estaba en la calle y aunque la izquierda tomaba por asalto cientos de asambleas vecinales, el común del la gente resistía, a la vez que persistía en sus reclamos y esperanzas.  Ahora, en cambio, cuando cunde el desánimo, parece más difícil instalar el debate que precisamos, en relación a los diagnósticos que nos debemos y a las estrategias que necesitaríamos para liberarnos.

El documento de los mil pueblos fue escrito en el año 2003, durante el gobierno de Eduardo Duhalde en transición hacia un presidenciable patagónico prácticamente desconocido en Buenos Aires. El común de la dirigencia parecía estar resignada a la inviabilidad institucional de la Argentina. Nosotros, organizados como GRR, Grupo de Reflexion Rural, habíamos logrado hacer pie en la Secretaría de Cultura de la Nación, en el marco de la gestión del actor Ruben Stella, y del cineasta Luís Barone, simpatizantes ambos de las principales propuestas y aspiraciones del grupo. Nos proponíamos rescatar a las semillas nativas, y los quehaceres necesarios para el autoabastecimiento de la población como parte de un proyecto de cultura nacional. Nos sentíamos respaldados por las enseñanzas del pensador Rodolfo Kusch, quien afirmaba que " sin suelo no hay arraigo y sin arraigo no hay reclamo por lo propio... si no hay horizonte simbólico, ni un suelo, entonces no hay nada por qué decidirse. Es decir, no hay un sujeto cultural. La decisión cultural expresa siempre las estrategias de vida  del sujeto cultural..."

En aquellos meses, nuestra batalla más ardua era para lograr que se aceptara que no estábamos viviendo o atravesando una crisis , sino sufriendo una catástrofe. La diferencia no es menor. Está claro que lo primero indica opciones entre dos o más caminos posibles, mientras que la catástrofe significaba un final de época y la obligación de revisar el camino que nos había llevado al desastre. Y cuando nos referíamos a esta situación estábamos hablando de la sojización compulsiva, de la biotecnología y del modelo de los agronegocios, instalado ya en los años 90, por el menemismo y respaldado por el gobierno del Frepaso.


Un escrito de Ignacio Lewkowicz sobre estos temas, publicado en Página 12 en aquellos días, nos condujo a conocerlo y a forjar una fuerte relación con quien era uno de los ensayistas más reconocidos del momento. Con él escribimos el libro “Estado en construcción”, que apuntaba a comprender los fenómenos sociales sucedidos a partir de finales del 2001, y en que se proponía una nueva concepción del Estado y de su relación con el pueblo. El escrito sobre los mil pueblos fue fruto de pensar juntos la situación , y en especial, de aprender a escucharnos, de opinar sin asertividad , sino permitiendo espacios para la opinión del resto , y todo ello mientras Ignacio lograba darle formas inteligentes y precisas a las ideas que se volcaban para ir de a poco conformando un documento que aspiraba a intervenir en los mas altos niveles políticos de un país en que los saqueos y las asambleas preanunciaban algo nuevo por nacer. Nos reuníamos en un viejo deposito de libros destinados a las bibliotecas populares, a metros de la Diagonal Sur , donde se encuentra el monumento a Roca. Además de Ignacio, el grupo estaba constituido por ocho o nueve compañeros y compañeras proveniente de diferentes disciplinas y variadas experiencias de vida.

Los debates e intercambios fueron prolongados, porque estábamos convencidos de la extrema importancia de lo que hacíamos y de que, sin duda, el pensamiento coral lograría influir en las decisiones políticas que tomaría una dirigencia hasta ese momento desorientada y que no encontraba el valor necesario para convertir el colapso en un nuevo proyecto de país.

El documento fue editado oficialmente por la Secretaría de Cultura de la Nación y difundido ampliamente en muchos despachos oficiales. No obstante, puede advertirse que no lleva los nombres ni las jerarquías institucionales correspondientes al rango propio de la publicación. Es evidente que ello no solamente expresa el descalabro organizativo de aquellos días, sino también la incertidumbre y el apocamiento de la dirigencia.


Contrariando nuestras expectativas, el gobierno de Néstor Kirchner instalado a fines del 2003, profundizó el modelo de los agronegocios y logró sacar a la gente de las calles mediante masivos planes asistenciales , relatos y simulaciones que parodiaban al peronismo. El plan fue que pudiesen volver todos los que debían irse , que el sistema persistiese evitando interrogarse sobre las causas profundas de la catástrofe. Evidentemente, no habíamos logrado nuestros objetivos y la nueva dirigencia prefería creer que solo había sido una crisis. El nuevo secretario de Cultura de la Nación, Elvio Vitale, quien fuera un importante dirigente montonero hasta el momento del golpe militar, y que luego hiciera importante fortuna durante su exilio en México, afirmó públicamente que las preocupaciones por las semillas no eran propias de su cartera sino del Ministerio de Agricultura, y que tampoco Rodolfo Kusch era un tema cultural, sino que correspondía a la Facultad de Filosofía. Luego de este enorme esfuerzo intelectual que probaba sus dotes para el cargo, envió el cuerpo de seguridad de la Secretaría de Estado para que desocupáramos el área desde la que trabajábamos para repoblar los pueblos en estado de retroceso demográfico y evidente abandono. Eran los finales del año 2003, y comenzaba una nueva época  que todavía no ha terminado, porque se continúa en la grieta  y en la creciente indiferencia e inermidad cultivada de ese pueblo , que en aquel entonces ocupaba las calles y reclamaba que se fuesen todos.


Jorge E. Rulli, 1 de febrero de 2019.



1000 PUEBLOS: HACIA LA RECONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL


1. LA CULTURA FRENTE A LA SITUACIÓN DE EMERGENCIA


Las consecuencias del modelo económico aplicado en la Argentina en las últimas décadas se expresan bajo las formas de una catástrofe sin precedentes, con impactos severos en lo social, político, económico, psicológico y ambiental. Además, el proceso de globalización económica y cultural anula hoy las capacidades de las comunidades para enfrentarse en forma autónoma a estas adversidades, comparables a los grandes cataclismos. La catástrofe actual se caracteriza por la violencia y la simultaneidad de los acontecimientos, y ello dificulta su asimilación por parte de las personas y de los grupos. Bajo esas condiciones, los trastornos aparecen y se multiplican por efecto catarata, por desmoronamiento (“cata” significa desmoronamiento).

Así aparecen sucesos de extensión masiva como cierre de fábricas, clausura de organismos sociales, imposibilidad de usar los ahorros, y reducción o imposibilidad de dar apoyo por parte de las organizaciones tradicionales de asistencia.

La magnitud y la velocidad de los acontecimientos suele impedir poner en práctica cualquier respuesta verdaderamente eficaz. En estos casos no siempre la población se une por los problemas que le son comunes, contradiciendo la tradicional idea de que la unidad surge naturalmente en momentos de crisis y se instala una conciencia de supervivencia con pautas de conducta muy precarias, muy alejadas de la ética tradicional (efecto de situación límite).


Los investigadores de desastres afirman que el riesgo no sólo depende de la magnitud de la amenaza sino, fundamentalmente, del grado de vulnerabilidad que padece la sociedad expuesta a esa amenaza; se valora el nivel de los riesgos a los que está sometida una sociedad por el grado de relación que existe entre la amenaza y la vulnerabilidad. Así, aunque la amenaza sea pequeña, el riesgo se magnifica si la vulnerabilidad es alta. Una lluvia de escasa intensidad, que en general no entrañaría peligro, puede llegar a poner en riesgo de inundación a una comunidad que viva en una zona baja. La elección del lugar en que habita la convierte en muy vulnerable.

Mientras que tradicionalmente la amenaza era considerada como el factor activo y la vulnerabilidad como pasivo, ahora se reconoce que la vulnerabilidad es producto de factores económicos, sociales y culturales, así como de decisiones políticas erróneas. Por ejemplo, cuando por ignorancia o por aprovechar la baratura de los terrenos se planifican y construyen viviendas en el valle de inundación de un río, sin siquiera haber tomado los recaudos necesarios para que las casas no se construyeran a nivel del suelo. 0 cuando se asientan poblaciones sobre antiguos basureros industriales o en las cercanías de hornos de incineración de residuos tóxicos o patológicos. Es evidente que en estos casos se está sencillamente creando el riesgo y convocando a la catástrofe.


Así como aumenta la vulnerabilidad de un pueblo por las políticas impuestas desde los centros económicos de poder (amenaza), se puede comenzar también a limitar sus efectos y a recorrer un camino inverso reduciendo la vulnerabilidad. Lo que se hace tradicionalmente es tratar de actuar sobre la amenaza y no considerar la vulnerabilidad por lo cual se repite permanentemente un ciclo donde reaparece un factor de difícil eliminación, dejando de lado aquel sobre el cual se puede actuar ya y con los recursos con que se cuenta.


2. VULNERABILIDADES

Aunque es obvio que la pobreza potencia la vulnerabilidad, existen múltiples factores que la aumentan, de los cuales los más relevantes son:


2.1. Factores institucionales > La activa participación de las organizaciones de la propia sociedad y el grado de autonomía en relación con el Estado determinan el grado de vulnerabilidad de una comunidad. Comunidades altamente dependientes de la asistencia social del Estado, son muy vulnerables. Es muy importante por ello que la necesidad de intervención estatal en la etapa de emergencia no ahogue los mecanismos que posibilitan la autogestión y la autoorganización de las comunidades.


2.2. Factores económicos > Podríamos decir que la posibilidad de absorber el impacto de una amenaza estaría dado en algunos casos por las reservas de tipo económico que tenga el grupo pero también por las reservas en materia de capital social o cultural que le permitan resistir con los recursos disponibles a su alcance en el momento de la crisis (estrategias de supervivencia sin dinero o con mínimo dinero).

Los grupos recientemente excluidos del mercado laboral, tanto del campo como de la ciudad, son altamente vulnerables. Incluimos en estas consideraciones también a los pequeños productores rurales que quedaron fuera del sistema en la carrera productivista de disminución de costos e incorporación de insumos. El desarraigo, consecuencia de la implementación del modelo de apertura irrestricta del mercado, es el signo más evidente de la desestructuración del tejido social que privilegia la producción de bienes primarios para el mercado externo.


2.3. Factores sociales > La presencia o ausencia de una organización social entre las poblaciones en riesgo es lo que determina sus grados de vulnerabilidad ya que la fragmentación social acentúa su indefensión. También hace la diferencia al momento de responder a las situaciones de catástrofe el tipo de organización, porque las que tienen muy bajo nivel de participación real y un liderazgo centralizado en una sola persona no tienen la misma fortaleza que una organización con activa participación de sus miembros.


2.4. Factores culturales > Una población con profundos lazos culturales resiste mejor las situaciones de crisis que ponen en peligro a su integridad, a diferencia de otras cuyas sus redes de sostén se han deteriorado. En la Argentina, los monocultivos y los cultivos en gran escala han conducido al desmoronamiento de los tradicionales mecanismos de seguridad alimentaria construido por varias generaciones de argentinos. Como consecuencia del despoblamiento y el éxodo a los conurbanos de pobreza, cerca de 600 pueblos rurales se encuentran actualmente en vías de desaparición. La emigración, en estos casos, implica la desaparición del oikos, el hogar y el hábitat. Como dijo alguna vez el pensador Rodolfo Kusch, "sin suelo no hay arraigo y sin arraigo no hay reclamo por lo propio. Si no hay un horizonte simbólico, ni un suelo, entonces no hay nada por que decidirse. Es decir, no hay un sujeto cultural. La decisión cultural expresa siempre las estrategias de vida del sujeto cultural”. Para Kusch, "la cultura es una estrategia para vivir en un lugar y en un tiempo. El horizonte simbólico es la posibilidad de esa estrategia: no es sólo lo aportado por una tradición, sino además es el baluarte simbólico en el cual uno se refugia para defender la significación de su existencia”. Los lazos sociales, la capacidad de intercambio simbólico que implica nuestra condición cultural, están alterados profundamente. Los procesos de uniformización y homogeneización que se han impuesto sobre lo cultural avasallaron las particularidades locales y por lo tanto la diversidad. Imperan mecanismos de segregación y de exclusión que no tienen en cuenta lo diferente. El empobrecimiento cultural es resultado de la supresión de esas diferencias. En este marco, por lo tanto, nuestra identidad se encuentra en crisis.

Esa crisis de identidad es determinante en situaciones como la que vivimos, ya que alimenta una idea de no futuro. La visión que tiene una comunidad de sí misma hace a la construcción de su propio destino. Puede resistir a partir de un fuerte orgullo como comunidad o como nación o entregarse fácilmente, de acuerdo a la mirada que tenga de sí.


3. CULTURA Y DESARROLLO LOCAL

La interrelación existente en una comunidad entre las necesidades de sus miembros, la forma de satisfacerlas y los recursos con que cuenta, tiene un carácter dinámico y permanente. En los pueblos originarios existía una interrelación sociedad-naturaleza planificada, tendiente a asegurar una calidad de vida digna. La cultura definía el estilo de desarrollo. En nuestro país esa interrelación no existe: consumimos cada vez más cosas que no producimos y dependemos muy significativamente de productos generados fuera de nuestro territorio. Esa enorme transformación en las formas de producir y consumir como consecuencia de la aplicación de un modelo económico de dependencia, nos ha hecho perder, entre otras cosas, nuestra soberanía alimentaria. Esta inseguridad alimentaria es una manifestación de dicha pérdida, producto no solo de la pérdida de la capacidad adquisitiva de los salarios e ingresos sino también de la profunda alteración de las pautas tradicionales de consumo reemplazadas por hábitos impuestos a través de campañas intensas y permanentes.


3.1. Identidad y desarrollo local > La Argentina atraviesa un proceso en el cual muchos de sus habitantes quisieran emigrar a otro país, y de hecho muchos lo hacen. Para ellos, la identidad en crisis y en proceso de desidentificación adquiere atributos de falta de horizontes, de humillación, de desempleo, e incertidumbres globales.

Esa crisis de identidad es la consecuencia de un proceso de desvalorización sistemática de las culturas locales y de hipervalorización de la de los centros de poder. Este menosprecio de todo lo local, la comida, la vestimenta, las costumbres, las artes, los modos de producción, etc., crea un alto grado de dependencia. Lamentablemente estos fenómenos se han profundizado en las últimas décadas hasta alcanzar un grado sumamente crítico.

Urge iniciar un proceso de recuperación cultural, donde lo local sea el elemento central, tanto en términos de ejecución como de tema de decisiones. Esto implica horizontalidad en la información, en la participación y también en los controles ciudadanos. El esfuerzo por recuperar o reconstruir la identidad cultural se vincula directamente con la revalorización de formas tradicionales de trabajo, de las tecnologías, de las formas de organización y de autogestión, de planificación y de distribución económica. Los actores locales unidos por una voluntad solidaria toman a cargo el desarrollo de su territorio en función de sus necesidades y de los recursos locales. Su proyecto cultural supera las consideraciones productivistas y genera nuevas relaciones sociales que fortalecen el propio proyecto cultural que se va realizando en un continuo devenir.


4. LO CULTURAL COMO EJE DE CAMBIO


Hemos perdido códigos y valores de referencia. Muchos de nuestros derechos han sido conculcados. Los mecanismos de transmisión cultural se encuentran debilitados cuando no anulados. Los derechos de los agricultores respecto a la producción de semilla propia y al control de su espacio son desconocidos, al igual que los derechos de los Pueblos Originarios al conocimiento y a sus prácticas ancestrales.

Pensamos lo cultural como lo específicamente humano; intercambio simbólico, mediación y posibilidades de hacer lazos con el otro desde la identidad. Podremos “volver a la cultura” sólo si promovemos el arraigo, desarrollamos lo local y rescatamos los recursos materiales y simbólicos propios de cada lugar, dinamizando procesos socioculturales y educativos para reconstruir lo culturalmente destruido.

Necesitamos que múltiples producciones culturales recobren vida y sean reinstaladas, desde la recuperación de las semillas nativas hasta los modelos de cultivos asociados, desde las artesanías hasta la música y las artes en general.

El desarrollo local, como propuesta, es un desafío que implicará el establecer nuevas relaciones entre la economía; la política y la cultura para desplegar toda la potencialidad de la diversidad cultural en un proceso de integración que exprese, en cada paso, una identidad que emerge y consolida una comunidad soberana.



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