Por Nancy Giampaolo.
Es interesante constatar como la explosión de las políticas de género vino aparejada al giro mundial hacia una derecha que buscaba diferenciarse de la identidad “progresista” de sus antecesores inmediatos. Aunque en Argentina las voces que analizan la cuestión desde una perspectiva amplia son pocas y se mueven en espacios reducidos, los países del Primer Mundo, en los que se gesta el ideario que luego replican los del Tercero, hay varios exponentes que han avanzado en una crítica más sistemática de los factores relacionados al tema. Nancy Fraser, autora de la famosa colección de ensayos Fortunas del feminismo, por ejemplo, vincula la dialéctica de la diversidad sexual con la imbricación perversa de los términos “izquierda”, “derecha”, “progresista”, “conservador” y “liberal”: “Hace mucho tiempo que observo y escribo acerca del desvío neoliberal de los movimientos sociales. Pero de alguna manera, la última elección en Estados Unidos, la campaña, todo eso me ayudó a verlo con mayor claridad. Porque creo que Hillary Clinton lo encarnaba a la perfección. Y luego pude atar los cabos sueltos y dije, “¡Ajá! Lo que tenemos en la carrera electoral entre Clinton y Trump es un concurso entre dos opciones horribles”, que yo denominé “neoliberalismo progresista” y “populismo reaccionario”. Y llegué a entender que lo que ha sido el bloque dominante, hegemónico en Estados Unidos por lo menos desde que asumió Bill Clinton en 1992 –mucho tiempo– representa una alianza nefasta entre corrientes mainstream corporativizadas de los nuevos movimientos sociales y ciertos sectores de la clase capitalista estadounidense. No todos, sino los sectores del mundo empresarial que dependen no de la industria manufacturera sino de un capitalismo “simbólico y cognitivo”, como se ha denominado. Eso es Hollywood, Silicon Valley y, obviamente, Wall Street y las finanzas. Las finanzas se han convertido en una parte enorme de nuestra economía y han desplazado a otros sectores. A eso me refiero al hablar del neoliberalismo progresista. A la forma en que este sector del mundo empresarial pudo crear una especie de cubierta progresista para políticas que, en realidad, están destruyendo el sustento y los modos de vida, las familias y las comunidades de los estadounidenses de clase trabajadora y pobres. Y también corroen la vida de la clase media”.
Pese al riesgo que supone establecer paralelos con las economías primermundistas que se sostienen en parte gracias a la expoliación de las nuestras, Fraser ofrece una pintura de Estados Unidos que evoca en más de un punto la situación argentina: “El neoliberalismo progresista se desarrolló en los EEUU durante estas tres últimas décadas y fue ratificado por el triunfo electoral de Bill Clinton en 1992. Clinton fue el principal ingeniero y portaestandarte de los “Nuevos Demócratas”, el equivalente estadounidense del “Nuevo Laborismo” de Tony Blair. En vez de la coalición del New Deal entre obreros industriales sindicalizados, afroamericanos y clases medias urbanas, Clinton forjó una nueva alianza de empresarios, suburbanitas, nuevos movimientos sociales y juventud: todos proclamando orgullosos su bona fides moderna y progresista, amante de la diversidad, el multiculturalismo y los derechos de las mujeres. Aun cuando la administración Clinton hizo suyas esas ideas progresistas, cortejó a Wall Street. Pasando el mando de la economía a Goldman Sachs, desreguló el sistema bancario y negoció tratados de libre comercio que aceleraron la desindustrialización. Continuadas por sus sucesores, incluido Barak Obama, las políticas de Clinton degradaron las condiciones de vida de todo el pueblo trabajador, pero especialmente de los empleados en la producción industrial. Para decirlo sumariamente: Clinton tiene una pesada responsabilidad en el debilitamiento de las uniones sindicales, en el declive de los salarios reales, en el aumento de la precariedad laboral y en el auge de las familias con dos ingresos que vino a substituir al difunto salario familiar. Como sugiere esto último, al asalto a la seguridad social le dio lustre un barniz de carisma emancipatorio prestado por los nuevos movimientos sociales. Durante todos los años en los que los se abría un cráter tras otro en su industria manufacturera, el país estaba animado y entretenido por una faramalla de “diversidad”, “empoderamiento” y “no-discriminación”. Identificando “progreso” con meritocracia en vez de igualdad, con esos términos se equiparaba la “emancipación” con el ascenso de una pequeña elite de mujeres “talentosas”, minorías y gays en la jerarquía empresarial del quien-gana-se-queda-con-todo, en vez de con la abolición de esta última. Esa comprensión liberal-individualista del “progreso” vino gradualmente a reemplazar a la comprensión anticapitalista –más abarcadora, anti jerárquica, igualitaria y sensible a la clase social— de la emancipación que había florecido en los años 60 y 70.”

Commentaires