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EL GLIFOSATO Y DESPUES

Actualizado: 19 may 2018

Por Jorge Rulli


Habiendo sido precursor de las campañas contra las fumigaciones que comenzáramos en el 2003, muchos se sorprenden de que sea yo uno de los más refractarios a respaldar o a confiar en las ordenanzas en contra del glifosato. En realidad, hace más de 15 años insisto en que la lucha debe ser contra el modelo y por otro tipo de agricultura y nunca jamás contra uno de los muchos elementos del paquete tecnológico que acompaña la sojización transgénica. Creo que los concejales y ambientalistas que respaldan medidas contra el glifosato no sólo suelen ser ignorantes de la complejidad del agronegocio, sino que solapan su larga complicidad con el modelo o acaso su prolongada indiferencia... lo hemos repetido muchas veces, hoy Monsanto tiene una soja resistente al herbicida 2.4D. Si acaso consiguiéramos reemplazar la actual soja RR por la soja resistente al 2.4D que ya se usa en el vecino Brasil, a poco andar estaríamos "rogando" que vuelva el glifosato. De más aclarar, que el 2.4D o el glifosinato de amodio, herbicida para el cual también hay una soja adaptada de Monsanto, son extraordinariamente más deletéreos que el glifosato que conocemos. Algunos de esos agrotóxicos no dejan ni siquiera lombrices con vida: matan toda capacidad del suelo de recuperarse.


Sólo quienes no comprenden o luego de 25 años no quieren comprender pueden respaldar semejantes campañas. En realidad, están de acuerdo con la Argentina República Sojera, pero la quieren sin glifosato... y eso es todo. Es un viejo debate que alguna vez diéramos con el doctor Carrasco y que su muerte interrumpiera. Ambos estábamos de acuerdo en que el glifosato no era el problema, pero Carrasco pensaba que sí era el punto vulnerable del modelo. Yo acordaba en ello y los hechos demostraron que quienes no se enganchaban contra el modelo, sí lo hacían contra el "glifo", pero a la vez, sostenía, y temía yo, los enormes peligros de sacar la lucha de sus causas para llevarla hacia la inocuidad de combatir sus efectos.

No sé si los años transcurridos me han dado razón, pero es verdad que hoy la lucha contra el glifosato es inconducente, por no decir estúpida y hasta cómplice, en especial porque Monsanto dispone de varias alternativas superiores, tanto en efectividad como en capacidad de afectar la vida y la salud de las poblaciones. Asimismo, porque las medidas punitivas contra el glifosato, además de no ser muy viables por incapacidad real de los municipios, no hacen sino enardecer a la otra parte, a la que debería ganarse de alguna manera, para una transición productiva necesaria. Necesito aclarar que estoy pensando en el pastoreo racional: volver al típico novillo argentino de la cuota Hilton, volver asimismo a las chacras mixtas que alguna vez tuviéramos y, en especial, lograr las producciones masivas de alimentos de calidad y ecológicos que nos proponía como misión nacional el mensaje "A los Pueblos del Mundo" de Perón en el año 1972. Las ordenanzas contra el glifosato enturbian y empiojan toda transición posible, y generalmente, son destinadas a provocar un retroceso y una rendición de las propuestas de cambio.


Llegados a este punto de entrampamiento ideológico se hace necesario recuperar historias y relatos que condujeron al presente, y en ese sentido debemos retrotraernos una vez más a las consecuencias de la mal llamada "crisis del campo" o de "la 125", en el año 2008. Es en aquellos tiempos que nace justamente en Los Toldos el criterio de que la lucha contra las fumigaciones era una lucha "contra el campo", y así genéricamente expresado, en ese concepto tan amplio, que cuando se lo profundizaba refería más concretamente a que se trataba de una pelea con la "Mesa de Enlace" (¿¡?).

Lo que quiero decir es que la lucha contra el glifosato nació en simultáneo con el enfrentamiento a la mesa de enlace y por extensión al concepto genérico de "campo". Un gran engaño, porque recordemos que a la "mesita de Enlace" la presidía un tambero y que montar una lucha contra ella, encubría las complicidades con los megasojeros como Grobocopatel y Elsztain. De allí el criterio imperante desde entonces, de que gobernar es urbanizar y de que habría que industrializar la ruralidad, criterios repetidos por Cristina hasta el cansancio. Se trataría, tal como sugiere Lanata, de "asfaltar el campo" o como pensaba "La Cámpora", de "aplastar a la oligarquía vacuna", y ello al margen de que ya no exista como tal... Estamos, entonces en el campo de la simulación y del relato. Un escenario de imaginación, de política ficción y a la vez literaria en el que, según Horacio González, el acto de López de arrojar bolsones de euros sobre las paredes del convento de General Rodríguez, completa todos los elementos necesarios a un folletín que atrapa la imaginación y la religiosidad popular, porque se dan los elementos más importantes necesarios: el tesoro que se oculta en una cripta, el espacio sagrado de un convento, las monjas enclaustradas y además, alguien que en la noche oscura se esfuerza acarreando bolsones con dinero, mientras un vecino atisba encubiertamente... Una escena que Horacio González nos embellece, a la vez que como un prestidigitador la quita del campo de la realidad y de la corrupción para colocarla en el espacio de lo folletinesco y de lo literario. En la lucha contra el glifosato y contra el campo que llevara el sabatellismo comunista desde el ENA, en lugares como Los Toldos, se produce un caso similar de malabarismo, prestidigitación, simulación y relato progresista. La ciudad depende de la soja, pero a la vez le molesta que los aviones fumigadores pasen chorreando veneno de sus válvulas aspersoras sobre sus calles. Entonces, y como la propuesta es conurbanizar a toda la población, no se trata de modificar el modelo rural sino de ir cerrando sus consecuencias negativas sobre la ciudad. El modo en que el campo solucione sus problemas, es justamente, un problema del campo, y la ciudad egoísta, pretende no enterarse, ni complicar su vida en ello.


Esta es la modernidad del subdesarrollo en un país tercermundista en que rige el estatuto legal de un nuevo coloniaje. No hay proyecto nacional y los simuladores de lo nacional y popular no hacen sino reciclar o profundizar las viejas dependencias que les dan un lugar para continuar siendo parásitos políticos. Los progresistas viven y propician una industria fundamental y esa industria es la industria de la pobreza. No pueden terminar con los pobres sino multiplicarlos porque ese es su negocio político. Recuerdo a los progresistas del movimiento campesino de Santiago del Estero. Les decíamos: "si son oficialistas y tienen tanto poder como para montar una propia Universidad, por qué razón, en cambio de batir el parche de la reforma agraria, no solucionan el problema de dominio y de escrituras de cientos de familias campesinas que viven hace 80 o más años en la misma tierra y que ahora sufren la invasión de presuntos nuevos dueños, que en realidad eran sojeros corridos de la zona núcleo y que llegaban a Santiago con papeles de propiedad truchos, pero legalizados en escribanías amañadas". ¡Claro! No estaba en ellos el solucionar el problema de las familias campesinas, porque su marxismo derrapado en mero progresismo los conducía a la constante ideologización del problema aún a costa del interés de las familias campesinas. Lo mismo hace el sabatellismo y el progresismo camporista en otras áreas de la enorme injusticia nacional. ¿Cómo desatraparnos de estas encerronas y simulaciones del progresismo?¿Cómo salir de la grieta en la que estamos, sino acaso generando una alternativa que haga culto a la verdad y que subsuma las causas parciales al gran objetivo de liberar a la Patria?


Jorge Eduardo Rulli, 19 de Abril de 2018.


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